lunes, 27 de septiembre de 2010

ELIZA

El espectro abominable habitaba un cabaret con compinches festejantes,
cubríase con mantas nebulosas que robaba al sirviente de las Moiras
y por las callejuelas de brujas y putas salía a dar un paseo.

Sus ojos color de limbo brillaban con la fuerza del odio,
en su cabeza ardía un fuego avivado por la súplica eterna del infierno,
y sus manos grises y gruesas cargaban el frio de la muerte.

Con lujuria clavaba en los sueños de virginales doncellas,
la angustia incierta del hacha del verdugo
(que mancha con sangre de otros muertos)
y cargaba consigo gritos de pena,
que atrapaba curioso en las celdas de la culpa.

En el corazón de Eliza había hecho nudos el miedo.
su hermosa cara pálida había tomado una expresión de dolorosa zozobra,
y en la humedad de sus labios carmesí,
casi podía oírse un quejido acallado por el agobio.

Fue el momento justo en que el magnetismo de su mirada la atrajo,
y la oscuridad de su pozo incierto logró seducirla,
como sangre caliente a vampiro,
como el sacrifio a los dioses.

Tomó la última decisión de fundirse al abismo,
sus pies se apoyaron de un salto en la alfombra del vacío,
y en un orgasmo de veneno cayó infinitamente
pozo abajo.

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