miércoles, 2 de diciembre de 2009

Oruga

Podría pensar que tiene sentido el hecho de estar cambiando durante toda la vida, sin llegar a ser nada en concreto nunca, por creer estarlo siendo absolutamente. Resulta a veces cómica la idea de miles de caras y almas metidas en un cuerpo, repartiéndose por años su vigencia. Nostalgias fulminantes, de memorias irrealizables… ¿qué fuiste?, ¿qué crees que eres?

La hoja redonda de un naranjal, cítrica experiencia de un amarillo natural; tal vez el obtuso camino de la esencia perdida: divagando entre dos vagones que ves perderse con tus piernas adentro. Un arco iris a blanco y negro, que da sentido al horizonte de tus ganas. Tres cerezas, escondidas en el tesoro de un duende, que se rehúsa a coleccionar tréboles. La risa de un ángel tímido, arrancada por un chiste de Divino. Jugo de durazno, que se derrama por la boca de una adolescente traviesa; o la parte azul de una infernal llama opaca.

Decides sin juicio la partida, y das inicio al juego más desconocido, todos te conocen. Pelota rodando, entra en la cesta, toca la malla. ¿Qué juego es?. Vuelves a empezar, empiezas a terminar. Hay cambios. ¡Estás en el cielo!. ¿Quién te trajo aquí?. Todos corren y tu caminas, ellos gritan y tu callas. Saltas y ellos duermen. No es un juego de paradojas, no es nada. Es ser, creciendo hacia adentro, senderos oscuros iluminados… conciencia de un sol brillando cada mañana.

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